miércoles, 17 de agosto de 2016

Lo más Dorado de una Generación

 «¿Qué mejor manera de morir puede tener un hombre, que la de enfrentarse a las más temerosas posibilidades, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?»
Horatius Cocles.


De la entropía vinimos, y a la entropía vamos. Sin embargo, aunque el orden natural de las cosas nos lleva a un inexorable desorden, los seres vivos tenemos esa costumbre de adaptarnos y hacernos un espacio donde sea.

Nada me llama más la atención que el hecho de que aunque los cambios son indiferentes a los calendarios, el transcurso del siglo pasado a este dio el nacimiento repentino de una generación de jugadores extaordinarios, cuando nadie se lo esperaba. Durante décadas fuimos casi insignificantes en este deporte, y ya en el 2002 dábamos el batacazo y quedábamos a centímetros de la máxima gloria, que llegaría para el 2004. Muchos vieron a este equipazo nacer desde antes, en los 90 cuando aparecían jóvenes promesas, pero nadie se imaginaba que llegarían a tanto tan rápido.
Era normal ver camisetas de Ginóbili en la canchita de básquet de la plaza, ese argentino que al brillar en la NBA había pasado a representar posibilidades infinitas por excelencia. Creo que ya se hablaba de la generación dorada, y si no era en ese entonces ya para el 2006 sería así. Un país hambriento de gloria deportiva se deshacía en agradecimiento hacia sus jugadores, por traer ese tan deseado oro. Aunque fuera en un deporte que no nos representaba culturalmente, era genial que alguien pusiera nuestra bandera en lo más alto.
Desde ese entonces pasó de todo. Vimos a muchos jugadores de esa generación retirarse, y algunos buenos jugadores se subieron al barco, pero no han podido recrear la misma mística. E imbatibles persisten las máximas gemas de la Generación Dorada, que conforman ese tridente implacable. Estos últimos años no los he seguido demasiado y me sorprende verlos todavía ahí en la cancha, dando cátedra.
Nadie les puede negar que ellos siempre fueron aguerridos, pero lo que más los destaca no fue eso ni tampoco su talento individual (Que en el mejor caso no los hace más que destacables a nivel mundial), sino el cómo construyeron su juego sobre el trabajo grupal y táctico. Jugadores con la capacidad atlética suficiente para hacer una volcada estruendosa te meten un punto haciendo una bandeja básica, en el momento que tienen espacio de sobra para dar show van a lo económico y no hacen ni un solo movimiento de más. En vez de jugar a los contraataques y las corridas demenciales (Salvo que la situación lo amerite), suelen apostar a manejar tiempos pausados. Simple y seguro, con la efectividad siempre le ganaron a la belleza y la fuerza bruta.

Pero si algo puedo rescatar por sobre lo pragmático es lo humano. No los conozco, no sé si en los vestuarios se odian y no se hablan, pero sí puedo hablar de lo que se ve en la cancha. El básquet es un deporte que aunque se fundamenta en el trabajo de equipo, tiene su cuota de individualidad bien marcada, especialmente en la NBA. Es muy habitual ver a un jugador tomar tiros arriesgadísimos y no sólo malgastar una valiosa oportunidad, sino exponer a todo el equipo a un inoportuno contraataque.
Y en ese sentido ellos siempre fueron los diferentes. Cómo me gusta ver a Ginóbili, Scola, o a Nocioni tener un buen tiro a una distancia prudente de los defensores y de repente disparar un pase hacia abajo del aro donde había un compañero mejor ubicado. Eso rara vez pasa, pero con estos tipos es cosa de todos los días. Y ni hablar de los contraataques a los que los defensores no llegan para defender, los cuales terminan en individualismo siempre, mientras que a ellos los vi tantas veces compartirse la pelota libremente.
Estas son las grandes lecciones que me voy a llevar de este ciclo, que como todo lo que se pueda apreciar tendrá un final en algún momento. Y sabemos bien que ese fin está muy cerca ya, en cuanto se desarme el tridente. Como dije, a ellos no los conozco personalmente, pero en la cancha son unos tipazos.

Más allá de resultados pasados y futuros, si esto fuera un videojuego y pudiera elegir a conveniencia con qué jugadores vamos a salir a la cancha hoy, elijo mil veces este equipo sin cambiarle nada. Pase lo que pase. Por que los humanos somos sólo ceniza de estrellas, destinados a volver de donde vinimos. Pero los legados trascienden más allá de lo calculable. Y elijo el legado humanístico de la Generación Dorada por sobre todo talento individual, incluso por sobre los resultados.
Cuenta la leyenda que hace mil quinientos años Horatius Cocles consiguió detener el avance del ejército etrusco, y murió en el intento. De ahí la frase citada al principio. Sé que ellos están por librar una de sus batallas más importantes, y me es imposible ser objetivo sobre el posible resultado. Me es difícil ser positivo al respecto, pero mucho más difícil aceptar lo que pueda llegar a pasar. Sólo puedo predecir que la cosa se va a poner fea, esto no va a ser fácil ni mucho menos bonito.
Este es el momento en el que es fácil bajarse del barco, pero no lo vamos a hacer. A ellos que nos dieron tanto, sepan que hoy no van a estar solos. Los acompañaremos hasta la hora más oscura, hasta el infierno mismo si hace falta. Dentro de una hora y media puede pasar cualquier cosa, pero ningún equipo, ni siquiera el más grande ejército, puede quitarnos la posibilidad de pelear y faltarle el respeto al más temible de los gigantes. Como es la costumbre de este equipo, que nos ha enseñado tanto como sociedad, en el peor de los momentos levantaremos las armas todos juntos, jugaremos nuestras mejores cartas, y que decida el destino si es que existe tal cosa.
ACTUALIZACIÓN
(Un tiempo después...)

Bueno, a pesar del dramatismo y el inexorable mal resultado, nadie se ha muerto ese día. Hemos sido heridos, aplastados, pero dejado el campo de batalla con orgullo por haber hecho todo lo que se podía, en cuerpo alma y mente.

Quizás eso es lo bueno de vivir en el siglo de los grandes avances, que la mayoría (y lamentablemente no toda) la humanidad pudo trasladar sus batallas de los frecuentes enfrentamientos tribales en la era de las cavernas en adelante, a una simple cancha de parqué donde se disputa la gloria o la derrota con una pelota, en un juego relativamente limpio. Y si se pierde siempre hay un mañana.

Además creo que el legado ni siquiera se ha tambaleado un poco. No sólo el humanístico que trasciende los resultados, sino lo deportivo. La NBA es la liga más competitiva del mundo, y Estados Unidos es el tiránico imperio de este interesante deporte, una maquinaria devastadora que desde que se dignó a llevar a sus jugadores NBA en 1992 casi no ha tenido fisuras, y las pocas que tuvo fueron efímeras. Nosotros pudimos colarnos entre esas escasas fisuras y robarles la gloria una vez, y fuimos los únicos del mundo desde ese entonces en poder hacerlo en unos juegos olímpicos (Aunque espero que no seamos los últimos).
Ahí, en ese hueco en el que caería el 2004, estamos nosotros. Los únicos, hasta ahora, que le quitamos el Oro olímpico a un rival que conoce poco y nada de segundos puestos en este deporte. En realidad ellos lo hicieron, la generación dorada, no nosotros. Y antes de eso, en el 2002, no nos llevamos el oro pero los dejamos afuera. El día que alguien más lo logre aplaudiré y estaré contento, no por odio a Estados Unidos, sino por que me gusta ver a otros triunfar. Pero pase lo que pase este batallón ya trascendió el terreno de lo común, el inexorable paso del tiempo y los arbitrios de los recambios generacionales ya no pueden hacer nada para borrarlos de la historia. Ellos vencieron a la entropía.

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